Por qué el lenguaje genera sufrimiento
En situaciones normales de resolución de problemas, cuando algo no nos agrada, nos imaginamos la manera en que podemos librarnos de ello y, a continuación, emprendemos las acciones precisas para hacerlo. Si no nos gusta ver suciedad en el suelo, echamos mano de la aspiradora; si no nos gustan las goteras del tejado, lo arreglamos.
Podemos enunciar el enfoque de solución de problemas de la siguiente manera: “si alguna cosa no te gusta, imagina cómo puedes librarte de ella y, luego, ¡líbrate de ella!”.
Por eso, precisamente, son tan útiles los procesos lingüísticos y cognitivos que describíamos hace un momento. Pero cuando aplicamos esa estrategia a nuestro sufrimiento interno, normalmente nos sale el tiro por la culata.
Suprimir los pensamientos
Imagina que tienes un pensamiento que no te gusta. Empezarás a aplicarle todas tus estrategias verbales de solución de problemas. Por ejemplo, cuando te surja ese pensamiento, puedes intentar dejar de pensar en él. Hay mucha literatura sobre el resultado más probable de tal proceso. El psicólogo de Harvard Dan Wegner (1994) encontró que la frecuencia de un pensamiento en el que intentamos no pensar disminuye durante un breve período de tiempo pero pronto reaparece con mayor frecuencia que antes: el pensamiento se vuelve más presente en la mente y es más probable que llegue a provocar alguna respuesta. El intento de supresión de pensamientos solo consigue volver peor la situación.
Ejercicio: Un Jeep amarillo
Hagamos un experimento y veamos si la supresión de pensamientos funciona de verdad:
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Crea una imagen clara, en tu mente, de un radiante Jeep amarillo. ¿Cuántas veces has pensado en los últimos días en un Jeep amarillo?
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Ahora, coge tu reloj y pásate los próximos minutos (cinco sería lo ideal) intentando, con todas tus fuerzas, no tener ni un solo pensamiento relacionado con un brillante Jeep amarillo. Inténtalo, realmente, con fuerza.
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Anota cuántas veces has tenido algún pensamiento sobre un resplandeciente Jeep amarillo, aunque fuera fugaz, durante el tiempo que has pasado intentando, decididamente, no pensar en él.
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Ahora, toma tu reloj y pásate los próximos minutos (cinco sería lo ideal) permitiéndote tener cualquier pensamiento que se te pase por la cabeza. Vuelve cuando hayas terminado.
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Anota ahora cuántas veces has tenido algún pensamiento sobre un espléndido Jeep amarillo, aunque solo fuera fugazmente, durante esos minutos en los que te estabas permitiendo pensar en cualquier cosa.
Si eres como la mayoría de la gente, el número de veces que habrás pensado en un deslumbrante Jeep amarillo ha debido ir aumentando con el paso del tiempo. Puede que hayas querido evitar pensar en el Jeep amarillo tratando de suprimir directamente ese pensamiento pero, a veces, eso falla y el número de veces que aparecen tales pensamientos aumenta. Incluso aunque hayas conseguido suprimir el pensamiento durante algún tiempo, habrá llegado un momento en el que no habrás podido seguir haciéndolo. Cuando sucede esto, la frecuencia de los pensamientos tiende a elevarse dramáticamente. No es, simplemente, porque te acuerdes del Jeep amarillo: En estudios controlados, cuando se les habla a los participantes del Jeep amarillo pero no se les dan instrucciones para que eliminen los pensamientos que les vengan sobre él, el número de pensamientos relacionados con el vehículo no aumenta.
Cuando intentas no pensar en algo, lo haces generando esta regla verbal: “No pienses en x”. Pero tal regla ya contiene x, y eso tiende a evocar –precisamente– x.
Así, cuando suprimimos nuestros pensamientos, no solo debemos pensar en otra cosa diferente sino que, además, tenemos que evitar pensar porqué lo estamos haciendo.
Si queremos comprobar si nuestros esfuerzos están dando resultado, entonces tendremos que recordar que estamos intentando no pensar en algo y, de hecho, ya estaremos pensando precisamente en lo que no queríamos pensar. Por esta razón, los pensamientos que nos preocupan tienden a aumentar.
Si tienes pensamientos obsesivos o preocupaciones, la pauta anterior te resultará familiar. Las investigaciones han venido a demostrar que la inmensa mayoría de la gente que no padece obsesiones también experimenta pensamientos intrusivos de vez en cuando, lo mismo que la gente obsesiva (Purdon y Cardk 1993).
¿Cuál es la diferencia?
Parte de la respuesta a esta pregunta puede ser que la gente con problemas severos de pensamiento obsesivo dedica un mayor esfuerzo a tratar de “no pensar” en tales pensamientos (Marcks y Woods, 2005). Si se le pide a gente normal que no piense en determinados contenidos, también ellos empezarán a sentirse más estresados por esos pensamientos negativos (Marks y Woods 2005).